El calor abrazador del monitor las alumbraba desde arriba. Estaban las dos una al lado del otro. La santa muerte y María. La Santa Muerte recién puesta en el escritorio, vestida de amarillo y un sombrero con una corona de flores. María con su manto azul también una coronas de flores. Y las manos extendidas.
María miro a Santa Muerte de arriba abajo. Frunció el ceño.
- Hm. ¿Nueva aquí?
- Sí. Acabo de llegar de México.
- México. Me suena ese nombre. Vengo de Lourdes. ¿México no es el dominio de Guadalupe? Una prima lejana
- ¡Si wey! – respondió Santa Muerte, su sonrisa huesuda haciéndose más prominente—¡Tiene un santuario relindo! Aunque se está hundiendo
- ¿Cómo que se está hundiendo? Las obras de Dios son perfectas.
- Bueno eso le puedes decir cuando le hables a este señor Dios. Pérame tantito.
La Santa Muerte se volteó a saludar un Pókemon azul. Y la princesa Peach. Que con sus brazos extendidos y su actitud amigable le dio la bienvenida a la calavera feliz.
María volteó los ojos. ¿Cómo está gente podría aceptar que esta farsante viniera a suplantar todo lo que ella había construido? Este grupo de adoradores. Los Funkos del escritorio del frente. Los Action Figures. La devoción era lo que necesitaba para recuperar nuevamente su poder. ¿Cómo iba a hacer milagros? ¿Cómo iba a curar enfermos y resucitar muertos?
Santa muerte se volvió y le dijo “Ahora que lo mencionas. Creo que conocí a la Señora de Gaudalupe. Está vestida como de verde y rojo ¿verdad?”
María gasto 2 santorales de energía para comunicarse con Guadalupe. Quien le confirmó que efectivamente se estaba hundiendo. Un terremoto había hundido la edificación original de 1600. Un tal Juan Diego que no sabía quién era. María se arrepintió de haber gastado dos santorales. Con uno solo probablemente era suficiente.
Rompió su conexión celestial. Miró a Santa Muerte casi con desprecio.
Un plan maquiavélico se formó en su cabeza: tirarla del escritorio.